Resumen: el Mito de la Creación Kenomita, inmortalizando la leyenda de los Augoeides desde la Eclosión del Huevo Cósmico hasta el fin del Eón Hipostático. Extraído de las páginas del Sefer HaKadmon, revelado a los kenomitas durante la Tercera Edad de la Era Hílica en el Eón Epigenético.
Extraído del Sefer HaKadmon, revelado a los Kenomitas durante la Tercera Edad de la Era Hílica en el Eón Epigenético.
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Al comienzo estaba Ayin, el Huevo Cósmico y Origen de Todo, mónada y símbolo primordial del Vacío. Dentro se retorcían los Nueve Pléromas: el Artificio del Tiempo, paradójicamente apagado mientras vibraba entre espasmos; la Canción del Espacio, monótona y silente; el Azote de la Gravedad, enroscado como una espinosa sierpe; el Vehículo de la Energía, amorfa e incontinente; el Dominio de la Materia, fluido y perpetuamente fraguado; la Emanación de la Luz, inalcanzable e imperceptible; el Primogenitor de la Oscuridad, estéril e indefinible; la Llama Ódica, extinguida pero aferrada a auspiciosas cenizas; y el Demiurgo Etérico, siempre evolucionando hacia un nadir de sacra locura y dolor. Pero la atroz senda del Demiurgo causaba disonancia entre los Nueve, y eventualmente le permitió desarrollar sapiencia y definirse como una entidad distinta a sus hermanos, eclosionando el Huevo. Y así comenzó la Primera Edad de la Era Noética en el Eón Hipostático.
La Eclosión del Huevo Cósmico (Crédito: Kenomitian).
Abraxas, el Demiurgo Etérico (Crédito: Kenomitian).
En su calidad de ente distintivo, el Demiurgo se estudió a sí mismo, descubriendo el ápice del autoconocimiento mientras se hallaba sumido en extática agonía y neonata curiosidad: el Alma. Ulteriormente observó y nombró los incipientes Pléromas: Akudim el Artificio, girando en mutables e infinitos ciclos; Nekudim la Canción, entonada por diez mil coros; Berudim el Azote, fustigando, apaleando y despedazando el cosmos; Merkavah el Vehículo, indistinguible de su contenido; Hekhal el Dominio, pilotando y habitando el Vehículo; Ein Sof la Emanación, pura y omnipresente; Rachabh el Primogenitor, generando sombras mediante umbrosa partenogénesis; y Gashmi la Llama, ardiendo y radiando Od: la esencia y prerrequisito de la Vida, tan caliente que organismos nacían y morían en meros milisegundos. Sus cuerpos, separados pero unidos, formaban Yesh el Universo, rodeado por el Muro de Raqia: las cáscaras de Ayin; y más allá acechaba Shâchath, el Campeón de la Entropía, nacido del vacío creado por la unicidad del Demiurgo y maliciosamente enemistado con todo
De ellos aprendió sobre la unidad, pues ningún Pléroma podía existir sin sus hermanos, y juntos ostentaban el título de Shi’ur Qomah; sobre el primigenio y eterno momento en que Ayin estaba intacto; y sobre cómo había moldeado lo existente mediante Nomenclatura, pues el Alma promulgaba la Verdadera Voluntad de su receptáculo en la observable realidad. Tras obtener la sabiduría del pasado y el presente, ansió novedades y visiones del futuro, y su deseo engendró progenie. Y así acabó la Primera Edad.
Ávido, vertió Éter en el fluido amniótico de Ayin y lo mezcló con el Prósopon de los Shi’ur Qomah: el celeste concierto de Akudim, Nekudim y Berudim; las llaves de Merkavah y Hekhal; la antitética conexión entre Ein Sof y Rachabh; y el vitalicio calor de Gashmi. Organizó los ingredientes en un tetramorfo y los cocinó en un caldero de radiación durante una Edad, hasta que cuajaron en cuatro Arcontes: Atziluth, la Idea de Bien; Beri’ah, el Pilar de la Misericordia; Yetzirah, el Pilar de la Severidad; y Asiyah, el Hilo Rojo del Destino. Y así acabó la Segunda Edad.
La Creación de los Arcontes (Crédito: Kenomitian).
Famélico por más información, el Demiurgo observó a su prole. Atziluth brillaba como un caleidoscopio de innumerables futuros, cada uno prometiendo un aluvión de datos; mientras que Beri’ah y Yetzirah participaban en la fundamental danza entre el Caos y el Orden; y Asiyah encarnaba la Gnosis, entendiendo el carácter moral de la existencia a través de los desapasionados efectos de su progenitor. Complacido, les enseñó los secretos del cosmos durante una Edad, en un crisol de aleccionadora angustia que les impartió los poderes del Alma y la Nomenclatura, recibiendo a cambio el nombre de Abraxas. Tras completar su educación, les otorgó la Verdadera Voluntad mediante la palabra sagrada: Abrahadabra, exhortándolos a afectar Yesh. Y así acabó la Tercera Edad y comenzó la Era Noemática
Incitados por su progenitor, los Arcontes, ostentando el título de Olamot, siguieron sus designios durante una Edad, aunque amargos conflictos pronto los abrumaron cual negra miasma, entre la concepción del Universo como un ultramecanismo que debería generar nuevos fenómenos constantemente, representada por Yetzirah; o como una vorágine de mutagénico azar, representada por Beri’ah. Afortunadamente, un acuerdo fue facilitado por Atziluth, y los cuatro hermanos elaboraron leyes universales con las que tejieron maravillas en los Shi’ur Qomah; al tiempo que Asiyah unía los Pilares de la Misericordia y la Severidad mediante un concepto previamente desconocido: la procreación. Y así acabó la Primera Edad de la Era Noemática.







