Fragmentos de epifánica información implantados en miembros de toda especie sapiente, toda máquina y todo medio sobrenatural; por una fuerza/entidad desconocida.
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Transcripción de los sermones predicados por un apocalíptico orador, quien afirmaba haber recibido “visiones de una Época Perdida” por la gracia de un “ente superior”.
Visiones de una Época Perdida (Crédito: H.A. Matos).
Vi el extinguido mundo de Kenoma: silente reliquia de una Época Perdida y víctima del Fin de los Días. Contemplé sus ferrosas, calcificadas y mecanizadas urbes; asoladas por fétidos engendros e infernales aberraciones cuyos apetitos solo saciaba la sangre de los inocentes, mientras los misterios de los astrólogos convergían con las invenciones de los legos. Bestias bípedas convivían con sus habitantes, sus leyes cósmicas se desdoblaban ante maleficios y pseudociencias; y lluvias ácidas y torrenciales la inundaban periódicamente, atrayendo a los abisales monstruos que moraban más allá de sus fronteras.
Ferrosas, calcificadas y mecanizadas urbes (Crédito: H.A. Matos).
Contemplé Yesh, el universo eclosionado de un aguileño huevo, y fui testigo de cómo se autodefinía a través de la observación, la novedad y el conflicto. La Rueda de las Edades giraba en su centro, con la historia de absolutamente todo grabada en su superficie: incluyendo los sucesos de eras olvidadas por el tiempo y el espacio. Su noveno radio, la Era Gnóstica, tiritaba como un difuso amasijo de sombras y runas.
La Rueda de las Edades (Crédito: Kenomitian)
Observé en Yesh un sistema estelar, enclaustrado en una esfera de líquido nebular mientras flotaba en la oscuridad primigenia. En su interior percibí a Kenoma como uno de los planetas orbitando la escarlata estrella Yaldabaoth, y orbitado a su vez por las lunas diurnas de Agathós: Hestōs, Ennoia y Thelesis; y las lunas nocturnas de Díkaios: Aletheia, Ektismena e Hysterema. Horos rodeaba la totalidad del sistema como un cinturón de asteroides.
El Planeta Kenoma (Crédito: Kenomitian)
La escarlata estrella Yaldabaoth y los cuerpos que la orbitan (Crédito: Kenomitian)
Vislumbré cómo la superficie del planeta mutaba a lo largo de los eones, emulando a un ultraorganismo sideral. El supercontinente Sige hallábase en su Hemisferio Oriental, extendiéndose cual roble tectónico de Polo a Polo, mientras los volcánicos Montes Atanores lo dividían en nueve regiones. En su Hemisferio Occidental, el superocéano Bythos era circundado por los hipóxicos anillos Tit ha-Yaven (en sus fronteras) y Bor Shaon (en su centro geográfico), que delimitaban las regiones del Disco de Lailah y el Nautilo del Shamir respectivamente. Fulgurando como un cúmulo de fluorescentes flagelos, las redes de mundos virtuales de Beulah interconectaban el cosmos, a modo de telaraña digital.
Vi tres etéreas realidades ciñendo al planeta y existiendo en paralelo con éste. Las veinticinco dimensiones conceptuales de Tikun generaban tangibles seres y entornos a partir de fugaces, figurativas, abstractas, físicas, sagradas y perennes ideas. Los siete avernos de Tohu juzgaban a los muertos y disolvían sus almas mediante el Gilgul: el mecanismo de la reencarnación, sumergiéndolos en lóbregos e infinitos mares. Y la impenetrable Ousía ocupaba el dorso metafísico del planeta, adherida a éste con frágiles filamentos astrales.
Tres etéreas realidades que ciñen el Mundo (Crédito: H.A. Matos).







