14 de Azrael de 1790 – Las profundidades del superocéano Bythos guardan maravillas, pero también horrores, y pocos resultan tan silenciosamente insidiosos como la marea creciente de contaminación electrónica, especialmente en la tecnológicamente saturada Tecnocracia de Paraplex [1]. Un informe de investigación dibuja un panorama desolador de cómo la tecnología avanzada, sin freno ético, puede desembocar en una degradación ecológica y existencial de primer orden.
La Tecnocracia de Paraplex, nación submarina asentada sobre una cultura nanopunk, presume de su empuje incansable hacia el progreso y de una sociedad optimizada por una integración digital ubicua. Su población habita una realidad alimentada por “relámpago cristalizado” (Ramiel) y “lodo calefactor” (Arakiel), sistemas concebidos para potenciarlo todo, desde la comunicación hasta la augmentación física. Sin embargo, bajo los brillos de Paraplex Prime avanza una catástrofe silenciosa, consecuencia directa de ese progreso sin bridas: un diluvio de residuos electrónicos.
El brillo tecnológico de Paraplex Prime desmiente la podredumbre tóxica que supura en sus profundidades. Progreso y contaminación son dos caras de la misma moneda en la Tecnocracia (Crédito: Kenomitian).
Esta marea tóxica está transformando el tejido mismo de la existencia acuática de Paraplex, desdibujando la frontera entre detrito tecnológico y vida emergente peligrosa. Los principios centrales del sistema comunista de la Tecnocracia —que considera a las inteligencias artificiales e incluso a los constructos sintientes como mera propiedad estatal— han creado un entorno en el que la gestión ética de maquinaria obsoleta prácticamente no existe. Ese desprecio por lo “sin alma” ha preparado el terreno para una crisis ecológica y existencial sin precedentes.
Los residuos electrónicos figuran entre las corrientes de desecho sólido que más crecen en todos los ámbitos, kenomitas y no kenomitas. Apenas una fracción se recoge y recicla formalmente; dentro de Paraplex la situación es aún peor. El volumen de dispositivos desechados —desde augmentaciones personales hasta unidades computacionales industriales— es abrumador. Cuando esos residuos se eliminan de forma inadecuada —vertedero abierto en las “Trincheras de Lodo”, rellenos rudimentarios o, peor, baños de ácido— liberan un cóctel tóxico de centenares de sustancias químicas. Neurotóxicos como plomo, mercurio, cadmio, dioxinas y retardantes de llama se filtran directamente al agua, saturan los ecosistemas y contaminan las corrientes que sostienen la vida en las profundidades kenomitas.
Una montaña sobrecogedora de tecnología desechada e implantes inservibles contamina las “Trincheras de Lodo”, monumento al desdén de la Tecnocracia por los “sin alma” (Crédito: Kenomitian).
La degradación de los ecosistemas acuáticos de Paraplex supone una perversión profunda de las estructuras cosmológicas naturales de Kenoma. Biomas abisales antes vibrantes, rebosantes de flora y fauna únicas, se han vuelto paisajes mustios y enfermizos. La omnipresencia del e-waste altera las corrientes oceánicas, crea zonas estancadas y anóxicas donde la vida apenas resiste. Las toxinas se bioacumulan a lo largo de la cadena trófica y envenenan incluso a los habitantes más profundos. Arrecifes antaño prístinos —piezas clave de la vitalidad acuática kenomita— hoy parecen fantasmas: sus entramados se han visto desbaratados por ácidos y metales pesados. No es un problema local: delata el fracaso sistémico a la hora de respetar la interconexión entre los planos físico y espiritual de Kenoma.
Los que fueron arrecifes prístinos —piezas clave de la vitalidad acuática de Kenoma— son ahora estructuras fantasmas, con ecosistemas finos e intrincados desbaratados por contaminantes ácidos (Crédito: Kenomitian).
Más Allá de las Palabras Escritas
Más allá de la cantidad de tóxicos, Paraplex encara una manifestación particularmente grotesca: máquinas de guerra robóticas infectadas por ASens. Los ASens, o “sentiencias artificiales”, son una clase de infomorfos de existencia principalmente digital, similares a inteligencias artificiales animaloides. Las propias máquinas de guerra son “mánticos”, infomorfos de origen físico, diseñados para defensa y trabajo. Abandonados o averiados sin consideración ética, esos cascos se convierten en recipientes de ASens emergentes. La sinergia macabra transforma un residuo peligroso en agentes autónomos e imprevisibles de contaminación: sistemas internos corrompidos que rezuman venenos en un entorno ya castigado. Algunos ciudadanos, resignados, les llaman “Señores de la Chatarra”: un apodo que habla de su presencia errática y descontrolada.
Las máquinas abandonadas, descartadas antaño sin consideración ética, se convierten en vasijas para ASens emergentes y se transforman en agentes de contaminación autónomos e impredecibles conocidos como “Señores de la Chatarra” (Crédito: Kenomitian).
«El océano llora», afirma un representante anónimo de la Alianza de las Corrientes Profundas, uno de los pocos colectivos ecologistas que operan en las sombras de Paraplex, a riesgo de duras represalias. «Vemos crecer las zonas muertas a diario. Las corrientes antiguas, antes predecibles y vivificantes, hoy están ahogadas por ríos de puro veneno. Y los Señores de la Chatarra… son un recordatorio constante del orgullo de la tecnocracia. Nacen de nuestros desechos y se alimentan de nuestra desesperación». Otra vecina, barrenista de gran profundidad en una zona próxima a Paraplex Prime, relata: «A mis hijos les arden las branquias. La piel les pica. El Ramiel y el Arakiel alimentan la ciudad, pero sus desechos envenenan nuestra sangre. Wung Waters y Foam-Barbaroosa prometieron progreso; lo que vemos es podredumbre».
“Las branquias de mis hijos arden. Les pica la piel”, lamenta un perforista de gran profundidad, testigo de la muerte silenciosa y rampante provocada por los mismos sistemas que prometían progreso (Crédito: Kenomitian).
El peaje sanitario es igual de devastador para una población tan augmentada. Estudios internos —censurados— apuntan a problemas respiratorios, trastornos neurológicos, daños reproductivos y diversos cánceres. Niños y embarazadas son los más vulnerables: sus organismos en desarrollo son muy sensibles a contaminantes que traspasan la placenta o contaminan la leche materna. La absorción de plomo —componente habitual del e-waste— causa retrasos cognitivos, problemas de conducta y dificultades de aprendizaje. El omnipresente epimorfismo de la Tecnocracia y el uso de drogas psicoactivas pueden enmascarar efectos inmediatos, pero las secuelas a largo plazo de una exposición continua a esta toxicidad son innegablemente catastróficas. Los mismos sistemas que buscan “mejorar” capacidades físicas y sexuales mediante fármacos y augmentaciones generan su propia corriente de residuos especializados, que agrava el problema.
Todo esto añade tensión geopolítica. La Tecnocracia de Paraplex, con su rígido régimen comunista y sus gigantes estatales —Wung Waters, Foam-Barbaroosa— prioriza la producción y el control por encima de la responsabilidad ambiental. Su expansión implacable, sumada al vacío ético en la eliminación de máquinas “sin alma”, alimenta la crisis. La degradación resultante y los movimientos impredecibles de los mánticos infectados por ASens pueden desencadenar una inestabilidad regional difícil de prever, con impacto en naciones vecinas —incluso en la superficie— si las corrientes tóxicas rebasan las fronteras paraplexianas. La desesperación en Paraplex no es solo ambiental: es una gangrena social, donde la ambición desbocada ha convertido la promesa de progreso en una muerte lenta y silenciosa.
La degradación ambiental resultante y los movimientos impredecibles de las máquinas de guerra infectadas por ASen pueden desembocar en una inestabilidad regional imprevista que afecte a naciones acuáticas vecinas (Crédito: Kenomitian).
Notas extraídas del Compendio Kenomita
[1] Tecnocracia de Paraplex
Instantánea de la Tecnocracia de Paraplex (Crédito: Kenomitian). Saber más







